ME ACOMPAÑA GENTE ESTUPENDA... DE "ESA GENTE QUE ME GUSTA"...

domingo, 31 de enero de 2010

INTERESANTE ARTÍCULO PARA LA REFLEXIÓN.



CABALLO Y JINETE DEL APOCALIPSIS

El caballo es de color negro. Y no ha dejado de cabalgar por el planeta desde que el mundo es mundo. El tercer jinete del Apocalipsis siempre ha estado presente, a lo largo de la historia. Y de nuevo cabalga con fuerza, galopa desbocado.

Un centenar de millones de personas se incorporó durante el año 2009 a la interminable lista de los más pobres de los pobres de la Tierra. Y son ya más de mil millones los hambrientos. So mil millones de seres humanos con nombre (no todos con apellidos), con rostros, con alma y con vacío en la mirada. Si hay algo que a uno le produce un nudo en la garganta cuando camina entre quienes padecen hambre, no hambre temporal, momentánea, sino perpetua, es precisamente ese vacío en la mirada, perdida en un lugar indeterminable, a medio camino entre el otro vacío, el del estómago, y la nada.

Es difícil describir el hambre y la extrema pobreza como es difícil describir el dolor. Y el hambre y la extrema pobreza son precisamente un dolor, o una conjunción de dolores, el físico y el emocional: la carencia de alimentos y de medios que derrota el cuerpo y la ausencia de futuro que destroza el alma. El hambre y la extrema pobreza pueden ser, son también, una estadística. Pero más allá de las frías, de las gélidas cifras, son sobre todo una negación paulatina de la vida.

Cuando uno recorre las favelas de Río de Janeiro, los ranchitos de Caracas, las colonias de Tegucigalpa o las barriadas de Guatemala; cuando uno camina por el slum de Dibera, por los suburbios de El Cairo, por las calles de Kabul o de Bombay; cuando uno mira de frente a la miseria uno no sabe qué decir, las palabras no acuden al cerebro ni éste las puede verbalizar porque hay un nudo que lo impide; uno no sabe que hacer con las manos, que se mueven nerviosas, espasmódicas; uno no sabe donde depositar la mirada, que se inunda de vergüenza y de angustia.

La pobreza extrema y el hambre no son entelequias, son la realidad de un mundo radicalmente injusto que, nos guste o no, construimos entre todos. Y entre todos podemos cambiarlo.

Tampoco es una entelequia el Cambio Climático, es una terrible constatación cotidiana de que este planeta se nos muere y nosotros nos morimos con él. Se funden los polos, desaparecen los glaciares, agonizan los mares y océanos, se resquebraja la tierra. En pocos años, apenas unas décadas, el mundo está perdiendo la riqueza que atesora desde hace miles, millones de años.

Y no es un jinete del Apocalipsis, el cambio climático era un concepto no esbozado aún en aquellos remotos tiempos del comienzo de la era cristiana. Pero algo debería intuir el redactor del Apocalipsis. Hace poco leía una exégesis del libro según la cual el caballo del jinete que representa el hambre es de color negro como símbolo de la tierra quemada y la ausencia de cosechas.

En África, en América Latina, en Asia la sequía se extiende. El desierto avanza con una avidez mortal. El agua desaparece, las cosechas se agotan sin dar grano, la vida va apagándose. Y cuando menos se espera el agua reaparece en forma de diluvio, arrastrando todo a su paso, casas, carreteras, montes, campos de cultivo, para dejar muerte y desolación.

Cuando uno transita por una Amazonia jalonada de heridas, cuando uno recorre las extensiones, cada vez más yermas, del Sahel, cuando uno siente que se ahoga ante las crecidas generadas por el monzón, cuando los ríos bajan ennegrecidos, cuando uno saca las redes vacías del mar, es consciente de que algo terrible está pasando que la amenaza de un cataclismo para la humanidad se aproxima inexorablemente.

No son maldiciones divinas, no son condenas o un destino ineluctable, es el producto de la acción, o de la omisión, de los seres humanos, de esa incapacidad manifiesta que tenemos para saciarnos con lo necesario y querer siempre más, mucho más de lo que necesitamos, mucho más de lo que debemos, mucho más de lo que podemos. Entre todos podríamos cambiar esa realidad que debería avergonzarnos, que debiera pesarnos en la conciencia.

Llevamos ya una década desde que 189 jefes de Estado y de gobierno firmaron en la cumbre del Milenio los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Quedan sólo cinco años para la fecha comprometida. Y la sensación es que los avances son tan escasos, y los retrocesos tantos, que vamos a llegar a 2015 para darnos cuenta de que se ha perdido un tiempo y una oportunidad probablemente irrepetibles. Habremos de darnos prisa, de lo contrario se habrá perdido algo más importante aún, la vida de millones de seres humanos.

Autor: Fran Sevilla
Periodista y escritor.

Publicado en el Boletín de Prensa de Manos Unidas 2010.

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