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jueves, 4 de marzo de 2010

APRENDER CON LOS EQUÍVOCOS



La perfección todavía es un estado muy distante de la humanidad. Todos los habitantes de la Tierra poseen fisuras morales y cometen errores. En verdad, equivocarse no es un escándalo, en el contexto de las leyes divinas.


Dios no creó las criaturas perfectas, sino perfectibles.


Los espíritus encarnan y reencarnan infinitas veces para desarrollar las virtudes cuyo potencial traen en su íntimo. A fin de que crezcan en voluntad, sabiduría y amor, disponen del libre-albedrío. Caso no pudiesen optar, serían simplemente marionetas. Como pueden escoger, es natural que no siempre sean felices en sus actos.


El otro lado de ese proceso de aprendizaje es la responsabilidad.


Al desenvolver la consciencia y la voluntad, la influencia de los instintos primitivos declina y la libertad se expande. La criatura se hace cada vez más responsable por sus actos y pensamientos. Los equívocos son naturales para quien transita de la ignorancia para la sabiduría. Solamente es necesario reparar todos los daños causados.


Justamente por eso constituye señal de inmadurez recusarse a admitir los propios errores.


La humildad constituye presupuesto del aprendizaje. Quien se imagina infalible y superior a todos se mantiene estático. Para entrar en sintonía con la vida, se impone atentar para la ley de progreso.


El Universo todo es dinámico.


Los especímenes animales y vegetales se perfeccionan incesantemente. Hasta la configuración física de la Tierra no es estática. De la misma manera que los especímenes inferiores, la humanidad posee un papel a desempeñar en el concierto de la creación. Él está en la naturaleza y debe ser un agente del progreso. Pero para impulsar el progreso es necesario estar siempre evolucionando.


Así, para no traicionar la misión de su existencia, propóngase ser cada vez mejor. Admita su imperfección, pero no se acomode con ella. A veces usted se equivoca, pero eso es normal. Cuide para aprender con sus errores, a fin de no repetirlos innumeras veces.


Y también asuma las consecuencias, buenas o malas, de sus actos. Repare todos los daños que eventualmente causa.


Pague sus deudas, pida perdón, recompóngase delante de sus semejantes. Sin duda es necesario algún esfuerzo para reconocer un equívoco y rectificar el propio camino.


Ciertamente desea, algún día, ser una persona sabia y pacificada. Como nadie hará su trabajo, esfuércese desde ya para ser así. Al rehusarse a admitir un equívoco, usted retarda la realización de su luminoso destino. Compenétrese en su papel de aprendiz y demuestre buena voluntad para con la vida.


No se apegue a cosas pequeñas, como la vanidad y el orgullo. Tales fisuras morales solamente le infelicitan.


Aprenda a hacer el bien sin cualquier interés personal o sentimiento oculto.


Ame y respete la vida, sea noble y solidario. Al principio puede ser necesaria alguna disciplina. Pero con el tempo se incorporará ese modo de vivir y será una persona maravillosa.


He ahí una meta por la cual vale la pena luchar.



Fuente: Equipo de Redacción del Momento Espírita.

Envío que agradecemos a:

Dálvani Moreira.

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